Queridos amigos:
Volvemos a reunirnos, junto a esta cruz y este arco, un año más; y no lo hacemos por rutina, repitiendo un camino que conocemos, apenas conscientes de la razón que nos mueve a ello. Nos congregamos, primero, para recordar, y, segundo, para estimularnos con el recuerdo a continuar un combate que no ha terminado y que no concluirá hasta que el tiempo termine y se clausure la Historia.
No venimos a Majadahonda por rutina, sino para ser fieles a una tradición, que es tanto como a llenar nuestras lámparas, como las vírgenes prudentes del Evangelio, con el aceite que necesitamos para iluminar nuestra andadura y conocer sin equivocarnos al verdadero enemigo.
Porque Mota y Marín, que regaron con su sangre la tierra que ahora pisamos, no dieron su vida en defensa de intereses u objetivos puramente humanos. Ellos tomaron las armas y se alistaron voluntariamente en un Ejército, que había iniciado una Cruzada al servicio no solo de su patria sino de la civilización conformada por el cristianismo.
En este cabezo en el que Mota y Marín encontraron la muerte no se libraba un episodio cargado de heroísmo en una guerra civil -¡Tantas ha habido y hay!- en la “civitas hominis” , sino de una contienda que en la “civitas Dei” tuvo lugar entre el Arcángel San Miguel y sus seguidores, y Satanás, Príncipe de ese mundo y sus secuaces. Aquí y entonces se alzaron como un símbolo, y también como una bandera de enganche, la Cruz y la Bandera.
¿Y cómo no iban a venir a luchar a nuestro lado en las trincheras militantes rumanos de la Legión de San Miguel Arcángel, patrón de un movimiento político –me atrevo a decir que religioso y militar- cuya doctrina, con enfoque teológico, contemplaba al hombre no como productor o consumidor, ni como elector o elegible, sino como portador de valores trascendentales y eternos; y a la nación como una comunidad regida por un Estado cuyo ordenamiento jurídico convierte en derecho positivo la Verdad revelada y la ley natural.
Al frente de la legión de San Miguel Arcángel, el capitán, Cornelio Zelea Codreanu, y al frente de la Falange, José Antonio Primo de Rivera, sin conocerse, fueron los dos grandes arquetipos de una generación europea ejemplar. Rumania y España, pueblos sin frontera, como los bautizara Agustín de Foxá, en Oriente y Occidente sufrieron la tiranía comunista y a los mártires españoles de la Cruzada se unieron los mártires del Danubio. No los olvidamos porque el olvido es amnesia imperdonable, sino porque precisamos de su intercesión para salir victoriosos en esta batalla de los últimos tiempos en la que se juega nuestro destino con el destino de Europa. Codreanu y José Antonio dieron su vida en plena juventud por los ideales que nos son comunes y nos hermanan: uno, estrangulado en los bosques de Tancabesti, el 30 de noviembre de 1938, y el otro, fusilado en Alicante, el 20 de noviembre de 1936.
“¡Que Dios proteja a nuestros pueblos!”, me decía Nicolás Rosca en su felicitación de Navidad. Que así sea y que nosotros merezcamos su ayuda.
Y ahora decid conmigo:
Ion Mota y Vasile Marín: ¡Presentes!
Cornelio Celea Codreanu y José Antonio Primo de Rivera: ¡Presentes!
Blas Piñar
Majadahonda
16 de enero de 2011
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