sábado, 7 de junio de 2008

CAIDOS DE LA FALANGE (IV)

....El 30 de abril de 1935 pasa a la historia de la Falange el nombre de un pueblecito sevillano, habitado por mineros de la Mina Caridad: Aznalcóllar. La Falange sevillana, acudía a éste, como a otros lugar, para vender ARRIBA pese a la feroz oposición de los marxistas, que se hizo más violenta que nunca en la mañana del 29, por lo que a la tarde siguiente, llegaron a Aznalcóllar en tres taxis, veintiún falangistas, dispuestos a vender a toda costa el número 6 de nuestro periódico, en el que se denunciaban las blandenguerías gubernamentales con los separatistas catalanes. Unos guardias municipales trataron inútilmente de impedirlo. Los marxistas, parapetados en las casas y las esquinas, abrieron fuego con pistolas y escopetas contra los falangistas, quienes les dieron réplica rotunda, hasta que al aparecer la Guardia civil iniciando la retirada. En aquél momento, Manuel García Míguez, gallego de mediana edad, trasplantado a Andalucía, "perito industrial y buen aficionado a las letras", cae sangrante y sin sentido a consecuencia de una pedrada en la sien. Un grupo de enemigos se abalanzó sobre él disparándole a quemarropa, agrediéndole con palos y navajas. El jefe de la expedición falangista recoge a su camarada moribundo con el brazo izquierdo y sigue disparando con su revólver hasta agotar las balas, logrando unirse al cabo de la Guardia Civil.
Poco días más tarde sería asesinado en Sevilla, uno de los taxistas que condujeron a los falangistas hasta Aznalcóllar. Aunque murió víctima de los mismos enemigos de la Revolución nacional, su nombre no pasó al telón de los caídos, por no estar afiliado.
En el Jardín de la Alamedilla de Salamanca, y en el momento en que se reunía con sus hermanas y su novia, el joven falangista Juan Pérez Almeida, cayó gravemente herido en una emboscada nocturna y alevosa. Los agresores abrieron fuego contra el grupo apoyando sus pistolas en las piedras del basamento de la verja. La hermana de nuestro camarada, Carmen, niña de doce años, muere casi instantáneamente. Juan agoniza entre el dolor y la emoción de todos sus camaradas, y fallece en una cama del Hospital , el 4 de mayo. En el Presente que se le dedicó en ARRIBA, se decía: "Cayó Juan Almeida, por España, muerto a traición con la hermanita que tanto quería, en uno de los episodios más conmovedores, en uno de los atentados más viles que la Falange ha sufrido. Guardad todos en el fondo de vuestras almas este nombre y este dolor y pensad que allá arriba, con Juan Almeida y con los veinte nuestros, hay una niña que han matado a una familia de gentes de bien, pero que nos la han matado también a nosotros".




Otro joven obrero nacionalsindicalista, Miguel Soriano Jiménez, aportó su nombre al largo martirologio de la Falange, el 6 de junio de 1935, en Linares. Nada sabemos de él.
El 12 y el 13 de junio, a consecuencia de la explosión de una bomba en el centro de la Falange de Oviedo, mueren Enrique Moyano y José María Suárez López, de los que tan solo se conozen las fotografías publicadas en HAZ. Los dos eran jóvenes, fuertes, bien plantados. Acababan de oír el discurso pronunciado por José Antonio en el Teatro Principal de Oviedo el 26 de mayo y todavía les cantarían en los oídos y los corazones las últimas y emocionantes palabras del Jefe, asegurando a sus camaradas:
"La revolución nacional la haremos nosotros, sólo nosotros, camaradas de las camisas azules, y la haremos por un móvil espiritual, que es por lo único que se muere. Los mineros de Asturias, equivocados, pero valerosos, no hicieron la revolución por ellos, que ganan los mejores jornales de España, sino por los trabajadores hambrientos de Andalucía. Nosotros tampoco haremos nuestra Revolución para nosotros, sino para España. Ya veréis como acaban por entendernos los mismos mineros de octubre, a los que podemos decir: "No empleéis vuestro magnífico coraje para luchas estériles. Haced que os depare, además de la justicia y el pan, una Patria digna de vuestros padres y de vuestros hijos".
Le toca el turno a otro humilde falangista sevillano, el obrero Antonio Corpas Gutiérrez, asesinado el 9 de agosto en Sevilla, por una anarquista llamado Jerónimo Misa, convicto y confeso de su crimen y condenado a muerte por un Tribunal de Urgencia, cuyo indulto no le importó a José Antonio ser el primero en pedir, en la mañana del domingo 26 de diciembre de 1935.



Los nombres de Eduardo Rivas y Jerónimo Pérez de la Rosa, a quienes dedicaría Agustín de Foxá un poema publicado en el penúltimo número de ARRIBA, de 21 de febrero de 1936, fueron los últimos inscritos en el telón de los caídos que figuró en el mitin del Cinema Europa celebrado el 2 de febrero de 1936, en el que se cantó por primera vez la canción de guerra y amor de la Falange, ese himno de eterna Primavera, a cuyos acordes marciales se iba a salvar la Patria pocos meses más tarde.
Todavía, antes de clausurarse nuestros Centros, de suprimirse nuestro periódico, de encarcelarse a nuestros Jefes, de tratar de poner fuera de la Ley a la Falange, cayeron otros cinco camaradas, cuyos nombres se pudieron recoger en las columnas de ARRIBA. Eran Luis Collazo, "muerto de buena lid, de cara al enemigo, defendiendo en nuestra pobre casa viguesa, el honor de la Falange". Su vida generosa - decía el Presente, probablemente redactado por Sánchez Mazas- ofrece a España un ramo fresco de flores y de hojas verdes de esperanza. Acoja el Señor con piedad a nuestro hermano. Porque allá, en las escuadras de arriba, él va a juntarse con aquellos otros de los nuestros que con el brazo en alto saludan a las banderas de la eternidad".
De los cuatro últimos, hizo Felipe Ximenez de Sandoval los PRESENTES, que aparecen en la última columna de la última página del último número de ARRIBA de 5 de marzo de 1936. Curiosamente, en estos cuatro PRESENTES se repite tres veces el nombre José y dos los apellidos Díaz y Molina, como otro haz de unidad de los hombres de España.
"José Rodríguez Santana. El jueves 27 (de febrero) a las ocho y media de la noche lo asesinaron a traición en Vallecas. Empleó su vida en la humilde gloria del trabajo manual. Ofreció su muerte, callada y heroica, al futuro amanecer de España".

José Díaz García. Iba con su padre, inerme, cuando de una manifestación de júbilo se destacaron y lo asesinaron a tiros. Ello ocurrió en Pechina (Almería) el 24 de febrero. Así unió su vida fresca al ramo fragante de sacrificios que ofrecen a España los que la aborrecen, con sangre de la Falange".
"José Molina. Agonizaba desde la explosión del Centro de Oviedo que costó la vida a otros dos camaradas. Soportó heroicamente el horror de sus carnes quemadas y la tortura espiritual de aguardar una muerte segura en plena juventud, con un hogar feliz y nuevo. Dios le llamó a Sí el 16 de febrero y le dio plaza de honor en la escuadra de nuestros mártires".
"Antonio Díaz Molina. Le asesinaron en Málaga gentes rencorosas en castigo a haber puesto al servicio de la Falange el ímpetu que acrisoló en otras organizaciones revolucionarias. Le amenazaron con la muerte si permanecía en la Falange y le ofrecieron premio si la traicionaba. No se puede decir que eligió, porque la opción no se planteó en su alma siquiera. Era albañil de oficio".
En adelante, ya no habría telón de los caídos. La inmensa multitud de camisas azules asesinados en las calles, en las cárceles, en las checas, junto a las tapias de los cementerios, en Paracuellos, en los fosos de Monjuich, en todas las carreteras y caminos de España, o muertos gloriosamente en los cuarteles de la Montaña o de Simancas, en el Alto de los Leones, en el Alcázar, en la Ciudad Universitaria, en el Jarama, en el Pingarrón, en Villafranca del Pardillo, en Quijorna, en Brunete, en el cinturón de hierro bilbaino, en la Sierra de Alcubierre, en Teruel, en el Alfambra, en el Ebro, en la cubierta del Baleares cantando el Cara al Sol mientras se hundía ante el asombro de los marinos ingleses, en los "bous", en las escuadrillas de la aviación nacional, en las estepas de la Rusia Soviética, antes culpable y ahora presunta amiga, tendría otro telón más vasto para acoger sus nombres y su humildad anónima de soldados desconocidos. Ese telón sería el cielo anchuroso y oscuro, en el que cada uno se clavaba como un lucero para formar una guardia de inquebrantable firmeza a su capitán. A José Antonio Primo de Rivera que, como todos ellos, derramó, también su sangre sobre las losas del patio de la Prisión Provincial de Alicante en la madrugada del 20 de noviembre de 1936, con el deseo -que todos debemos esforzarnos en cumplir- de que fuese la última vertida en discordias civiles, a fin de que su pueblo -el pueblo español- tan rico en buenas calidades entrañables, pudiera al fin gozar en paz de la Patria, el Pan y la Justicia que se le negaron durante siglos.













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1 comentario:

Ramiro Semper dijo...

Esto es memoria histórica y no la manipulación interesada que quieren vendernos desde el resentimiento y el revanchismo.
Otra cosa: Gracias por difundir mi artículo de la gaviota podrida.
Un saludo brazo en alto.
http://antorchanegra.blogspot.com/