Hace 30 años, militaba en Fuerza Joven, aún no había cumplido mi mayoría de edad, y mantenía en ese partido una militancia activa, sincera, dispuesta y sin ambages.
Era una militancia noble, de juventud, de horas restadas a los estudios, una militancia de primeras novias, y también de primeros combates. Era una militancia de pólvora y sabor a sangre en la boca; también de sabor a hieles, cuando veíamos que no teníamos el paraguas protector del estado y de la policía, (a pesar de que nosotros éramos gente de orden), que no teníamos el paraguas protector de la iglesia, (a pesar de que nosotros éramos religiosos) y que no teníamos el paraguas protector de nuestros padres, porque muchos de ellos se habían dejado ya empezar a engatusar por las mieles del sistema, desde la izquierda socializante, hasta en la mayor parte de los casos por la derecha nauseabunda.
Y no contentos con eso, nuestra militancia recibió un golpe tremendo. Mientras que por una parte teníamos un cisma interno entre la juventud y la senectud, entre el sentir revolucionario y el miedo o prudencia que dan las canas, entre la sangre caliente de los chavales y chavalas de Fuerza Joven, contra los mas “ puretas” del partido (sobre todo ellas, ) en lo que nosotros llamábamos “el imperio de la braga”; y que pretendían con una matriarcal forma de ver la vida, que los jóvenes fuésemos la mano de obra barata de Fuerza Nueva, los maniquíes que portasen las nuevas camisas azules y boinas rojas de nuestra uniformidad, y los obedientes chavales que guardasen respeto y obediencia absoluta a nuestros mayores, no porque se lo hubiesen ganado, sino sólo por el hecho de serlo. El golpe que recibimos, consistió como digo en que además de ese cisma interior, surgió una escisión en nuestra sección juvenil; una de las miles de escisiones que la sucederían, y en mi caso, una de las más dolorosas.
A Juan Ignacio le veíamos habitualmente, aunque le veíamos poco, porque se solía encerrar en aquel despacho donde se cocían las grandes cosas de Fuerza Joven, despacho por el que antes o después también vimos pasar a los Eduardo Olivares, Carlitos Agulló, o Jose María Carrera. Pues bien Juan Ignacio era un líder nato, imagen que además se veía acrecentada por la aureola de misterio que suponía para los más jóvenes el hecho de que dirigiese la sección C (la 1ª línea de Fuerza Nueva), y que estuviese tras de la puerta de su despacho permanentemente reunido. (Yo recordaba aquella canción…¿Qué habrá detrás de esa puerta verde? )
Era sin embargo, Juan Ignacio un individuo de sonrisa franca, agradable cuando nos encontrábamos con él, imponía admiración y respeto, tanto por él mismo como por su uniformidad; un poco bravucón, bueno eso era lo normal, en mayor o menor medida todos lo éramos.
Y de repente un día cuando llegamos a la sede, Juan Ignacio ya no estaba allí, se había marchado con su guardia pretoriana, se había llevado armas y pertrechos, y a lo mejor de nuestra militancia.
Yo me sentí absolutamente decepcionado con ellos, comprendiendo sus razones, y cabreado más que nunca con el “imperio de la braga” al que hacía responsable de los hechos. Pero decidí quedarme en Fuerza Joven, primero porque no había sido informado de que se iban (ja, ahora me imagino que la sección C, hubiera tenido acaso que consultar a aquel imberbe muchacho sobre su marcha); segundo porque entendía que las cosas habían de cambiarse desde dentro, y marcharse no dejaba de ser crear una escisión y dividir fuerzas, cuando la idea de todos era esperar que llegase el ansiado momento de unidad con Falange de las Jons, en vez de que otro partido patriota entrase en Liza.
Era la escisión de nuestros hermanos, con los que ideológicamente no nos separaba nada, con los que habíamos combatido en las calles, contra la izquierda radical, y contra la derecha, eran los que nos habían enseñado todo, los que hablaban de disciplina y obediencia al jefe y a la cadena de mando, y sin embargo saltándose sus propias enseñanzas, se iban.
Ahora con el tiempo, puedo comprender sus razones como las de otras escisiones, pero en el fondo de mi corazón, cada vez que hay una separación dentro de una organización, me duele, me duele mucho; quizás por eso desde entonces lucho por la unidad, unidad de las fuerzas patriotas, unidad para vencer, unidad de acción. Respeto y unidad.
Sin embargo aunque por fuera manteníamos todos (escindidos y no escindidos) una imagen, lo cierto es que seguíamos teniendo relación. Podíamos estar en agresiones con resultado de heridos entre nosotros, y al mismo tiempo darnos el “queo” de que la policía había entrado en nuestras respectivas sedes y se había llevado material contundente de defensa y ataque que teníamos en ellas. Y lo que tardaban ellos en avisarnos, tardábamos nosotros en montar un armario de pared a pared tapando un cuarto donde teníamos escudos, bates, cascos o porras que así quedaban escondidos a los ojos de la policía.
Era una situación Beligerante entre Frente de la Juventud (que así se llamaron los que se marcharon) y Fuerza Joven, pero nuestra beligerancia era de guante blanco, o al menos yo así la viví. Con respeto, con cariño, y sin embargo con dureza.
Varios de los miembros del Frente de la Juventud fueron detenidos, por su militancia, y por acciones encaminadas a financiar su estructura. Y tras un periodo de muchos avatares, de repente un día nos dicen que se han cargado a Juan Ignacio.
Su muerte nos produjo a todos una infinita tristeza (por una parte dudábamos de si habría sido algún ajuste de cuentas debido a los enemigos que se había granjeado al liderar la línea más dura del mundillo ultra), pero enseguida nos dimos cuenta de que siendo como era una mosca cojonera para el sistema, se había producido un crimen de estado, en el que como algunos policías decían “muerto el perro, se acabó la rabia”.
Extremamos las medidas de precaución personal, por si su muerte no fuera la última, mirábamos en todas direcciones al entrar a casa, pero no, ninguno teníamos la entidad, ni la importancia para el sistema que Juan Ignacio, el que sobraba era él, y por eso le dieron permítase la expresión; “matarile”.
Jamás pude pensar que aquel hito supusiese el mayor acto de unión efectiva, de todo el colectivo, gente de toda condición personal y política, con sus uniformes puestos rindieron homenaje, al camarada, al amigo, al maestro o al… (con cariño) enemigo escindido.
Aquella fría mañana esperábamos en la calle Claudio Coello la salida del Féretro, de la que había sido su capilla ardiente toda la noche. Cuando salió un bosque de Brazos en Alto le arroparon. Lágrimas, emoción, la piel con carne de gallina. Algunos recordábamos el “Eugenio” de García Serrano: Juan Ignacio había elegido su muerte.
Después la marcha con el Ataúd a hombros, la policía queriendo impedirnos ese póstumo homenaje, los momentos de tensión… y la policía reagrupándose, la policía formando, la policía cargando, y todo eso mientras nosotros llevábamos en nuestros hombros los restos mortales de nuestro camarada, inerte, camino de su última morada.
Jamás en 30 años de militancia política vi cargar a la policía con tanta saña, jamás vi tanta mala leche, tanto odio en sus caras, botes de humo disparando a dar, pelotas de goma. Estaban rematando lo que sus compañeros habían empezado en el portal de la casa de Juan Ignacio unas horas antes.
Tenían órdenes de Rosón (su jefe), del que sólo espero que sus huesos no encuentren nunca el descanso eterno por su cobarde actitud; tenían orden de que no continuásemos, estábamos llegando ya a la zona de Pirámides, no suponíamos ningún problema de tráfico, ni de orden público, pero cargaron como bestias, y nosotros en la medida de lo posible, combatíamos con rabia, pero sin medios, recuerdo haber visto a un camarada meterle un bolazo de goma a un policía entre la visera del casco, lanzando la bola con la mano.
Recuerdo que me tiraron al suelo y me esposaron, con la otra mano me aferré a un anciano al que le habían separado todo el cuero cabelludo de la cabeza del impacto de un bote de humo, les pedí que me dejaran para llevarlo a una farmacia a curar, y en la misma boca del metro de Acacias me soltaron y me llevé al hombre a una farmacia que allí sigue estando, y abandonándolo allí en manos de los farmacéuticos me marche nuevamente a la calle; la comitiva estaba disuelta, intenté llegar a toda velocidad al cementerio, pero cuando llegue a Juan Ignacio ya le habían dado tierra.
Habían conseguido que no pudiéramos rendirle el homenaje deseado a nuestro amigo, también habían conseguido que por unas horas todos fuéramos uno, como deseaba nuestro jefe Blas Piñar, y también que todos fuéramos revolucionarios como deseaba nuestro jefe Juan Ignacio.
Treinta años después su recuerdo sigue vivo, treinta años después su muerte no puede quedar olvidada. Treinta años después no ha habido detenidos, y los perros y los esbirros del sistema se tapan.
Treinta años después seguimos diciendo Juan Ignacio ¡¡¡ PRESENTE !!! y hoy como aquel día os convocamos a su homenaje.
Viernes 10 de Diciembre, 8 y media de la tarde, Iglesia de San Miguel y San Benito C/ Alcalá 83. (Madrid)
Y después de la misa hay una concentración en la C/ Claudio Coello, 41 a las 22,00h.
¡¡¡ PATRIA JUSTICIA REVOLUCIÓN !!!
1 comentario:
Jose pedro eres un pureta, arriba cordoba
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