En el Ejército, lo primero que se hace antes de iniciar una relación entre varios es
presentarse con el nombre, grado y destino, como pequeño adelanto de la personalidad del militar; y como por circunstancias harto conocidas me encuentro en boca de muchos de mis compatriotas, quiero presentarme ante ellos para que, de esta forma, lo más objetivamente que pueda hacerlo, sepan algo sobre
quién es Tejero y las circunstancias que le rodean.
Ante ustedes, no por voluntad propia, sino por avalares del destino, se presenta
Antonio Tejero Molina, militar español, para quien ante el sacrosanto nombre de España todo lo demás, excepto Dios, queda oscurecido de tal forma que apenas sí se ve, de tal forma que por ella, por
España y cuanto representa, río, sufro, trabajo, vivo y si es necesario muero con alegría.
Que el sentirme español sea para mí el más preciado título, tiene una sencilla y demostrable explicación: es que
España es tan grande, tan hermosa... Es grande en su historia, hermosa en sus tierras, rica en sus campos, fecunda en sus gentes y divina en su lengua:
¡El español! Me he recreado miles de veces mirando con avaricia sus tierras; y lo mismo me ha estallado el alma de orgullo ante sus altivas montañas, que ante sus verdes y sosegados valles de
Vascongadas; lo mismo se ha perdido mi ilusionada mirada en su inmensa llanura
manchega, que he creído volar desde lo alto de los
Picos de Europa; lo mismo me he tostado bajo el sol en sus playas de
Málaga y de Maspalomas, que me he quemado con sus nieves en
Candanchú y en el «Escaparate»; me he empapado durante años con el agua de sus cielos de
Galicia, de la misma forma que me he abrasado al sol de su hermosa
“siberia” extremeña...
Y la belleza de sus rías, y el fragor de sus minas, y el bullicio de sus ciudades, y el sosiego de sus pueblos, y el sabor de sus vinos:
Jerez, Rioja, Jumilla, Priorato, Rueda y Ribeiro...; y el gusto de sus guisos:
fabada, cocido, escudilla, gazpacho, caldereta, pote, marmitako, sancocho... Comidas y bebidas de una raza bravía cuyos machos han llegado a ser dioses y ejemplo de heroínas sus hembras.
Y de su tierra a su historia, ante la que, señores, ¡hay que descubrirse! Todos sabemos que desde
los Reyes Católicos fuimos una gran nación, que no tardó en convertirse en grandísima. Tan grande era que en ella no se ponía el sol; y alumbró entonces nuevas tierras y se entregó generosa a aquellas hijas de más allá del océano, que son hoy pueblos hermosos que recuerdan a la
Madre Patria que les dio el ser, que la recuerdan en español, y que en español, y a la sombra de la cruz, rezan sus hijos.
Desde entonces, nuestra Patria ha caminado siempre por la Historia sacudiéndose el yugo cuando intentaron ponérselo, porque al grito de
«¡La Patria está en peligro!» ha tenido siempre prestos a sus hijos para volver a convertirla de meretriz en soberbia matrona. Y es esa Historia la que nos grita:
«¡Mirad a España!, pero mirad sintiéndola, para que se nos grabe en el alma, para llevarla eternamente en nuestros sentidos.» «¡Mirad a España!, pero viéndola en sus tierras, oyéndola en sus cantares, descubriéndola en su Historia, abrazándola en su bandera, rezando en sus templos, mirando sus cielos, trabajando sus campos, amando a sus gentes, comiendo sus guisos, bebiendo sus caldos, sudando bajo su sol y tiritando sobre su nieve.»«¡Mirad a España! besando a sus hembras y pariendo a sus hijos.»
Solo así te sentirás español.
Español a quien le duele España.
Y hoy nos duele porque no nos gusta como es. Hoy
nos duele porque España tiene que ser una y grande y no muchas y rota.
Nos duele porque antes era alegre y ahora está asustada, y porque antes tenía trabajo y paz para sus gentes y ahora tiene paro y sangre en sus tierras; porque antes era respetada y ahora es el «hazmerreír» de los extraños; porque antes estaba gobernada y ahora tiene a unos dirigentes que, en vez de repartir paz, trabajo y justicia social —y también de la otra— discuten tan ricamente desde sus cómodas poltronas el sexo de los ángeles..., y eso, amigos, como español,
duele; ¡duele hasta reventar!Pero volvamos a mi presentación. Este español dolorido
nació en Málaga hace cuarenta y ocho años,
se crió en Alhaurín el Grande, «el lugar», como le decimos; nació de
la clase media, bueno, eso creía yo hasta que protestaron otros diciendo que mi clase no era la media, sino
la baja, de acuerdo con mis antecedentes. El caso es que
nací hijo de honrados maestros y nieto de sufridos labradores, y si tales antecedentes me sitúan en la clase baja, así lo admito y de ello me enorgullezco, pues no debemos ser malos cuando, poco a poco, vamos subiendo y progresando...
Estoy casado con una maravillosa mujer, hija de guardia civil y maestra de profesión y vocación, honrada y española como la que más, una mujer religiosa y prolífica que ha enriquecido nuestra unión con
seis hijos que son nuestro orgullo y nuestra fortuna,
educados todos ellos a la sombra de la cruz y en el amor a su Patria. En partes iguales se distribuye nuestra descendencia: tres varones y tres hembras; de aquellos, uno ya es militar, y de éstas, dos están casadas, también con militares; un nieto y otro en camino aseguran la prolongación de la familia. A la vista de todo ello es fácil sacar en conclusión que soy un hombre completamente feliz.
Aunque
no soy monárquico, no me importa que mis amigos lo sean porque acepto cualquier forma de Estado, incluida la Monarquía, siempre que conduzca certeramente a mi Patria.
Amo la vida y la libertad. Me gusta el orden. Soy católico practicante sin ser beato, y aunque no sea la mía una familia de mucho «rezo», todos los días damos gracias a Dios por los alimentos que permite llegar a nuestra mesa y bendecimos su nombre en familia al final de cada jornada. Políticamente no estoy encuadrado en ninguna ideología.
Mi única política es España: su paz, su orden, su trabajo y su grandeza. No quiero nada que no haya ganado con mi sudor, y respecto a los demás, deseo que cada uno tenga lo que se merece, y me inclino por el más débil, no en una relación paternalista, sino en un plano de igualdad humana, de hombre a hombre.
En el trabajo y en el servicio soy duro para conmigo mismo y lo soy también para con tos demás, por ello, generalmente, no dejo pasar las faltas,
las castigo, sin rencor pero sí de acuerdo con mi sentido de la justicia; por eso ni he guardado ni guardo rencor a quienes me han castigado si merecí el castigo.
Entre mis grandes preocupaciones está la de la justicia social, pero sin demagogia; como cristiano sé que todos los hombres somos iguales, que lo único que cambia es aquello que Ortega y Gasset llamaba las circunstancias; por eso no creo en la existencia de razas privilegiadas, creo en los hombres y, sobre todo, creo en los españoles, y por lo que a mí se refiere, creo tener una enorme capacidad para encajar los reveses con la sonrisa en los labios, sin desfallecer nunca.
Tengo también defectos, quizá demasiados, pero de resaltar éstos ya se encargarán otros cumplidamente...
Creo que he hablado ya lo suficiente de mis orígenes, mi vida familiar y los pilares fundamentales de mi pensamiento como hombre y como español; quiero concentrarme ahora en mi condición de militar. Desde siempre quise ser militar, aunque no había precedente alguno en mi familia. Fue en 1951 cuando conseguí mis cordones de caballero cadete de la Academia General Militar. Aún ahora, en peligro de poder perder el uniforme, me parece mentira verme con los cordones en la mano, en la mano porque en el corazón los he llevado siempre.
Sin vanidad alguna por mi parte, pero sí con la obligación moral de salir al paso de quienes afirman que son militares los que no sirven para otra cosa, tengo que decir que
fui un buen estudiante de Bachillerato, como certifican las abundantes matrículas de honor de aquellos años en los que se iniciaba mi expediente académico. Ya en la Academia General fui, durante tres años, cabo galonista por pertenecer a la primera promoción de la Guardia Civil, Cuerpo militar por entero, aunque yo siempre deseé que fuese Arma; Cuerpo militar español por su origen y creación, benemérito porque lo ha ganado a pulso y heroico porque lo ha demostrado a través de gestas como
Santa María de la Cabeza, el Alcázar de Toledo, Oviedo y Tocina, que si cada una por sí misma sería suficiente, forman en su conjunto un póquer de ases que bien ganó para la Guardia Civil el titulo de heroico Cuerpo militar.
Durante mi permanencia en la Academia me enseñaron todo lo que ahora pongo en práctica y constituye el eje de mi vida, aunque mis profesores parecen haberlo olvidado. ¡De desmemoriados anda el mundo lleno! Lo cierto es que de aquellos profesores, hoy desmemoriados, aprendí
el culto al valor, a la dignidad, al honor, a la Patria, a su unidad y a su bandera, y también el culto a nuestros muertos. Y me va a permitir el lector que haga un pequeño aparte para decir, en voz baja, confidencialmente a quienes tales enseñanzas me dieron: Señores desmemoriados ¡voy a tener que darles rabillos de pasas!
Tras este pequeño paréntesis, hecho gracias a la paciencia de los pacientes lectores, vuelvo a aquellos años de mi vida en la Academia General de la que salí teniente en diciembre de 1955.
Cataluña fue mi primer destino, y allí permanecí durante tres años. Cataluña era por aquellos años uno de los últimos reductos del bandolerismo español, con personajes como Sabater, Facerías y «Caraquemada», entre otros. Y cumpliendo aquel primer destino surgió la campaña del Sahara-Ifni. Poco tardé en redactar mi instancia (una instancia cuya copia conservo) solicitando mi incorporación a la Policía Territorial del África occidental española, pero mi petición fue denegada con la justificación de que estaba prestando servicio en zona de bandoleros de la que no se podía distraer esfuerzo alguno.
Y de Cataluña, a Galicia. Al ascender a capitán en 1958 me incorporé a una de las compañías del Miño,
zona contrabandista de duro y sacrificado servicio. Allí me salieron las primeras canas y allí gané la primera cruz.
Vélez-Málaga fue el siguiente destino, y después de Andalucía,
Canarias; en 1963, con el ascenso a comandante, llegó el destino a
Las Palmas de Gran Canaria.
Badajoz fue la etapa siguiente de mi vida militar; allí pasé los años más apacibles de mi carrera, y de Badajoz he dicho siempre que es la tierra donde no nací pero en la qué sí me gustaría morir. Allí crecieron mis hijos y allí se terminó la lista de ellos con nuestro Juanico... por lo menos eso creo yo.
El ascenso a teniente coronel en 1974 iba a tener una importancia decisiva en mi vida militar.
Fui destinado a Guipúzcoa y allí me incorporé el mismo día que se celebraba el funeral por el cabo Posadas. Aquella circunstancia debió ser como una premonición de la honda transformación que en mí iba a producirse;
fue en aquellas tierras donde me convertí en un verdadero guardia civil, fue allí donde pude darme cuenta, en toda su dimensión, del temple, la disciplina y el valor y la gallardía de nuestros guardias; y fue allí, ante cada uno de los féretros, ante cada uno de los cadáveres de nuestros hombres, caídos por la insensatez de nuestros dirigentes, donde me hice la solemne promesa de no quedar en paz con aquellas víctimas heroicas hasta no igualar, al menos, su sacrificio.
Fue allí, en aquellas tierras, donde prediqué a mis hombres con el ejemplo, como a mí me gusta que me prediquen, ¡mojándome el primero!
Allí vestí y paseé mi uniforme y mi tricornio con mayor orgullo que en ningún otro lugar de España. Siempre llevé en mis salidas el coche negro de servicio con la matrícula PGC y el letrero de «Servicio oficial». Fue allí donde más descubierto estuvo mi pecho, sin camuflaje alguno, porque tampoco estaban camuflados mis guardias de control;
uniformado reglamentariamente visité los barrios viejos de San Sebastián y Vitoria, cuyas dos Comandancias mandé; vestido de uniforme fui también en ocasiones a las salas de fiestas en las que, en sus jornadas libres de servicio, disfrutaban mis guardias con la sana alegría de la juventud. Y nunca, ¡nunca! recibí de uniforme insulto alguno.
Pude haber sido tiroteado. No desconocía el riesgo y difícilmente podía olvidar a todos y a cada uno de los hombres muertos. Pero el riesgo es siempre inherente a nuestra carrera.
Muchas veces he dicho a mis hijos que la vida es preciosa y que una de las cosas que más la engrandecen es el saber que se la puede uno jugar por algo que merezca la pena.Durante mi estancia en Vascongadas fueron cerca de
veinte las víctimas que hizo el terrorismo en el Cuerpo de la Guardia Civil, aunque de ellos solamente el cabo Frutos estaba a mis órdenes. Luché contra la ETA con todo mi afán, sin conceder descanso alguno a los terroristas, para que no pudieran pensar ni reaccionar; nuestra lucha no admitía tregua alguna, pero era, también por nuestra parte, una lucha limpia, enfrentada a la sucia lucha de los terroristas.
Así y todo se logró detener a ciento cuarenta etarras, todos los cuales salieron en triunfante libertad gracias a la amnistía.
Sí, a lo largo de mis años de destino en Vascongadas tuve que asistir a demasiados entierros; eran mis hombres aquellos cadáveres, y
es cierto, como dijo en alguna ocasión la Prensa, que besé a mis muertos; sí, los besé, aunque la mayoría de aquellos guardias muertos no tuvieran apariencia humana, como consecuencia de las explosiones que habían segado sus vidas. Sí, es cierto que los besé, y que mis labios se llenaron con su sangre de mártires; y es cierto también que mi hijo los besó, y allí, que yo sepa, nadie sintió náuseas. Aquello era para hombres y allí, que yo sepa, no había ninguno que no lo fuera.
También fue durante mi permanencia en Vascongadas cuando se llevó a cabo la
legalización de la bandera separatista, esa bandera que ahora llaman las izquierdas «banderola», y que entonces antepusieron a la bandera de España. Aún estaba caliente la sangre del cabo Frutos cuando fue legalizada la bandera separatista y aquello me indignó, creo que justamente. Mis guardias y yo pasamos la peor noche de nuestra vida. Salimos varias veces a rescatar banderas españolas ultrajadas, en contra de las órdenes recibidas de no salir por ningún motivo.
Una de esas banderas que pudimos rescatar medio quemadas preside desde entonces mi hogar.
Pensar que la «banderola» iba a ondear por encima de la sacrosanta bandera española
me hizo saltar contra los culpables y aquello me costó un mes de arresto en Madrid y el cese en el mando de la Comandancia.El siguiente destino fue la
Jefatura de la Comandancia de Málaga, mi patria chica. Y allá nos fuimos con toda la ilusión del mundo. Había allí un pabellón precioso para mi mujer; allí estaban mis padres; allí estaban los amigos. Se reunían, en fin, muchas circunstancias para que en la Comandancia de Málaga pudiera encontrarme a gusto. Pero seguían los asesinatos y las tropelías en nuestra España. Las víctimas iban sumándose en cantidades que yo difícilmente podía soportar, aunque no falten quienes se tragan esas cifras sin pestañear, ¡allá sus estómagos!
Un atentado terrorista se cobró tres vidas: el señor Unceta, un hombre cabal, y dos guardias civiles. Y en aquella misma jornada me anunciaron que iba a haber en Málaga una manifestación en apoyo de la mayoría de edad, en definitiva, uno de esos «escandaleras» que organizan los marxistas y a los que acuden para gritar «¡Amnistía!»
Aquello me pareció una provocación, un comportamiento que no podía aguantar.
Intenté por el diálogo evitar que la manifestación se celebrase, pero, aunque me dijeron que iba a ser trasladada a otro día, comprendí que trataban de engañarme y, ya al filo de iniciarse la manifestación, le dije al gobernador Civil:
«Hoy España está de luto... Mañana seré un arrestado, pero hoy no se profana a mis muertos.» Y así me jugué la mejor Comandancia que he visto, porque disolví la manifestación, sin violencia, porque no fue necesaria más que la decisión y la firmeza reflejadas en los ojos de los hombres que componían mi fuerza. Aquellos hombres actuaban con energía y con la confianza en su mando, sabiendo que no iba a dejarles en la estacada, y está demostrado que cuando hay autoridad y decisión es innecesaria la violencia; solamente después de reculeos y blandenguerías es imprescindible la violencia. En fin, mi actuación me trajo un mes de arresto y el cese en el mando.
Marché a mi retiro extremeño, porque soy de carne, y en ésta me dolía lo que había perdido. Allí, en mi retiro extremeño, sin esperarlo, llegó el nombramiento de jefe de
la Agrupación de Destinos de la Dirección General del Cuerpo. No era el mando ansiado por mí, pero era un mando. Y
así llegué a la Villa y Corte, y así empecé a respirar en tres dimensiones lo que a las provincias solamente llega en dos. En Madrid tuve oportunidad de leer un
proyecto de Constitución en el que faltaba Dios y sobraban «nacionalidades». Escribí inmediatamente una
carta al Rey pidiéndole que aquel proyecto no saliera adelante y pidiéndole que no corriera más sangre...
Catorce días de arresto y nuevamente en peligro mi destino. Entonces tomé un
café con tres amigos y otro más, que, pareciendo serlo, resultó un vulgar delator; tomamos café en la cafetería Galaxia y... diecinueve meses de prisión efectiva, siete de ellos legal.
Me encontré nuevamente disponible y en Madrid, respirando a boca llena, durante las veinticuatro horas del día: asesinatos, atracos, trabajadores en paro mendigando por las calles, por las plazas y en las estaciones del Metro; veinticuatro horas al día viendo humillados a muchos de los que hasta entonces había considerado hombres dignísimos, viendo actos de cobardía, de indiferencia ante todo; veinticuatro horas al día oyendo los ladridos furiosos de los cuarenta sectarios que emponzoñan a nuestro pueblo, oyendo los crujidos de los cimientos de la Patria y oyendo el relato de las continuadas profanaciones de banderas. Disponible, viendo a lo largo de las veinticuatro horas a esas pandillas de jóvenes degradados por la droga, a esas muchachas que sin haber consumido su niñez han perdido ya el ansia de vivir porque ya todo lo conocen, aunque lo hayan conocido mal, y
enfermos que piden un tercer sexo, y pornografía a raudales, degradando a la mujer y al hombre, y desprecio hacia nuestros mayores, irreligiosidad.
Todo eso es lo que vi en esas largas horas de mi situación de disponible, y pensé que
no tenía derecho a dejar a mis hijos una Patria empobrecida y degradada, porque de mis padres recibí esta Patria en perfecto estado. Y pienso que si hay que liarse a tortazos, debo y quiero ser yo quien los dé y los reciba, y no reservárselo a mis hijos, que ellos tendrán los suyos a su tiempo...
Conocí a personas que se encontraban en circunstancias parecidas; que sufren por España, que aún tiene arreglo si se acaba con el separatismo, si se termina con el terrorismo y con el terror callejero, si se pone fin al paro mediante la adecuada utilización de la riqueza que en España existe.
Para ello solamente es necesario ser honrado y obligar a los demás a que lo sean, porque se puede gobernar imponiéndose con autoridad.
Por todo ello, a las 18,24 horas del día 23 de febrero de 1981 entré en las Cortes Españolas, hice público un comunicado explicando el porqué. Decía así:
«Españoles: las unidades del Ejército y de la Guardia Civil que desde ayer están ocupando el Congreso de los Diputados a las órdenes del general Miláns del Bosch, capitán general de Valencia, no tienen otro deseo que el bien de España y de su pueblo. No admiten las autonomías separatistas y quieren una España descentralizada pero no rota. No admiten la impunidad de los asesinos terroristas contra los que es preciso aplicar todo el rigor de la Ley. No pueden aceptar una situación en la que el prestigio de España disminuye día a día. No admiten la inseguridad ciudadana que os impide vivir en paz. Aceptan y respetan al Rey, al que quieren ver al frente de los destinos de la Patria, respaldado por las Fuerzas Armadas. En suma, quieren la unidad de España, la paz, orden, seguridad. ¡Viva España!»
Salí de las Cortes el día 24 de febrero, después de que el secretario de la Junta de Jefes de Estado Mayor firmara, con el consentimiento de la misma, y en presencia de mi director general, Aramburu Topete, un documento, que conservo,
eximiendo de toda responsabilidad a soldados,
guardias, cabos y suboficiales y hoy, a pesar de ese documento, sigue habiendo guardias detenidos, y lo están también todos los cabos y suboficiales. Se les busca culpabilidad cuando
allí todo lo que se hizo fue por orden mía, sin tener en cuenta que no pudo ser más limpio ni más caballeroso el comportamiento de la fuerza con los diputados.Yo me he declarado responsable de todo. Yo ordené los disparos. Yo ordené a todo el mundo que se tumbara en el suelo. Yo distribuí y ordené los servicios y los vigilé. Mi fuerza sabe que conmigo no se juega, y en mi poder está ese documento que exime de responsabilidades a guardias, cabos y suboficiales. ¡Señores, soy el único responsable de lo sucedido dentro de las Cortes! ¡Señores, dejen ya tranquila una Fuerza de la que deben sentirse orgullosos ustedes y toda España, sea cual sea su color y su ideología! ¿No se pedía eficacia a. las FOP? ¡Pues ahí tienen ustedes eficacia!... Claro que las órdenes que recibieron fueron claras y enérgicas.
Por todo ello me encuentro hoy en prisiones militares para aceptar lo que España disponga de mi, con el ánimo sereno y
la conciencia tranquila, mucho más tranquila de lo que puedan tenerla quienes debiendo no están aquí con nosotros.
Sea cual sea mi destino,
¡gracias España por permitir que te haya servido!Alcalá de Henares (prisión militar) Marzo de 1981.