¿Quién debe lealtad al rey?. Por Eduardo Arias.

Si la historia es justa y el tiempo, el tiempo histórico, coloca a cada cual en su sitio habrá pocas dudas en el futuro del lugar lamentabilísimo que deberá ocupar en ella Juan Carlos I. Un personaje histórico al que habría que dejar sin calles, ni plazas ni lugar alguno en España que lo recuerde si es que al final de su reinado España queda.

Una casta política deleznable, unos medios de comunicación más deleznables aún, casi sin excepciones, y un pueblo adocenado por su casta política y por sus medios de comunicación han puesto el grito en el cielo ante el hecho, parece que indudable, de la corrupción del yernísimo del Rey, el bueno de Urdangarín, del que simplemente podemos decir que se ha exhibido. Resumiendo mucho, la criatura, presuntamente, se ha inflado a ganar pasta a base del erario público, a base de un Instituto sin ánimo de lucro y a base de desviar dinero por aquí y por allí sin despeinarse. ¿Quién pudo ser su maestro? ¿Quién le dijo que valía todo al jugador de balonmano?

Sin embargo, no es ni con mucho este de los dineros el mayor problema de la institución monárquica. Hay, en mi opinión, dos grandes problemas para mantener esta institución en el futuro.

El primero de ellos es su inutilidad. Una institución que significa unidad de mando, monarquía, y que no tiene mando alguno es como un jardín sin flores. El problema es que no hablamos de un jardín, hablamos de la que debiera haber sido la más importante institución de Estado y que, si no lo es, no sirve absolutamente para nada. Mantener una institución parasitaria, inútil, que no hace nada salvo ir degradándose en el tiempo con sus actuaciones es algo inexplicable. Y, aquí, tangencialmente, sí entran los temas de dineros: el coste, mucho mayor que el de los números que ha ofrecido la Zarzuela, que nos supone la monarquía junto a su inutilidad manifiesta no tiene sentido alguno.

El segundo de ellos es el ejercicio efectivo del reinado llevado a cabo por parte del actual Rey. Si nos encontrásemos ante un dechado de virtudes, de dignidad, de sentido de la justicia, de patriotismo. Si nos encontrásemos ante un dechado de algo positivo quizá cupiera la posibilidad de mantener la institución por aquello de una cierta legitimidad moral y carismática del Monarca: una especie de mando moral sin mando legal. Pero la trayectoria de JC es, simplemente, impresentable. ¿Ante quien va a tener este personaje autoridad moral alguna excepto ante otros que tal bailan como, por ejemplo, Luismari Ansón o Anson?

Su Majestad el Rey JC no ha sido leal a nada, ni a nadie. A nada, ni a nadie. Para salvar su Monarquía, en el fondo su puesto de trabajo, no cabe duda de que ha sido mucho más un monárquico que un patriota de España y no ha dudado en no tener más principio que el de la adaptación al medio sobando el lomo a la izquierda, contando con que la derecha la tiene, y estrechando la mano, ya no de separatistas, sino hasta de etarras. Traicionó a su padre, traicionó a Franco, traicionó a Armada, comparado con lo anterior un juego de niños, y traiciona todos y cada de los días de su reinado a España y al pueblo español. Fue, sin duda, el error histórico del Caudillo al que se cameló y engañó como a un chino con la ayuda de cientos de tontos útiles que buscaban también asegurar su puesto de trabajo en el futuro.

La derecha española, cicatera y acomplejada, nunca dará el paso de precipitar el final de la monarquía, pero la monarquía caerá y no se merecerá que nadie mueva un solo dedo por defenderla. Quien es leal a un traidor es un traidor. Sin embargo, sería mucho mejor en todos los aspectos, no cabe duda, que esa caída no fuera propiciada desde la izquierda.

En cuanto al patriotismo político español, en cuanto a los nacionalistas de España, en cuanto posiblemente a los último que creemos precisamente que sin unidad de mando no hay nada, no tengo duda de que, precisamente, por los principios de jerarquía y unidad de mando nuestra posición notoriamente pública debe ser la de reclamar el final de la monarquía con más fuerza que cualquier republicano y, si llegamos a tiempo, juzgar al personaje histórico por alta traición aunque la Constitución diga que la criatura es irresponsable. Algo por otra parte evidente con ver y oír al individuo en cuestión al que, encima, con taras endogámicas a cuestas no cabe duda de que le falta un hervor.